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Análisis fundamental precio oro: El oro avisa de tormenta

(OroyFinanzas.com) – Afortunadamente disponemos de un barómetro que, al menos en el corto plazo, ha funcionado con bastante eficiencia en el pasado: el oro.

Los defensores del análisis fundamental gustan de enfatizar sus predicciones con expresiones del tipo: “lo que tiene que pasar, pasará” o “la cuestión no es el sí, sino el cuando”.

Con esto se quiere decir que, para aquellos que están convencidos de que la economía tiene unas normas que no se pueden vulnerar indefinidamente y que los mercados, en condiciones de libre competencia, no pueden moverse en otra dirección que la que impone la lógica económica, determinar el futuro de los precios es mucho más sencillo que establecer el momento en que esto haya de producirse.

Frente a estos planteamientos las viejas “gramáticas pardas” de los “barandilleros del parquet”, desconfían de toda posibilidad de conocer del mercado nada diferente de lo que el propio mercado ya conoce y refleja en la cotización de cada día. Resulta, por tanto, para ellos, un esfuerzo inútil tratar de averiguar las razones por las que los precios han de moverse en uno u otro sentido. Solo importa el seguimiento diario de la “dirección del viento”, saber olfatear cuando viene una oleada compradora o vendedora, montarse sobre ella y dejarse llevar. Si el mercado se equivoca, si estamos en una burbuja, en un mercado secular alcista o en un pánico vendedor sin fundamento, son asuntos irrelevantes.

Dos visiones, por tanto, aparentemente distintas. Y, sin embargo, perfectamente compatibles.

Parece ser que el gran lord Keynes, quien pasa por ser uno de los máximos exponentes de la ciencia económica del siglo pasado, resultó poco afortunado, a título particular, en sus experiencias especulativas con los mercados. También ello es perfectamente comprensible, puesto que aunque se dice que la paciencia es la madre de la ciencia, no necesariamente un buen teórico económico tiene que reunir las dotes de sangre fría necesarias para esperar a que suceda aquello que está convencido debe suceder. Quizás fuera paciencia lo que le faltó a Keynes, quizás fuera sangre fría, quizás decidió, un buen día, que lo suyo no era la especulación en el mercado y que se daba por suficientemente satisfecho con sus innumerables galardones académicos y científicos.

En el momento actual, son apabullantes los argumentos económicos fundamentales que aconsejan la huida del dinero fiduciario en general, y del dólar como su máximo exponente en particular. Sin embargo, la inmensa mayoría de la población, perfectamente dirigida y controlada por las instituciones, mantiene su confianza intacta en estos activos, convencida de que “algo” o “alguien” sabrán corregir adecuadamente todos los desequilibrios, unido al hecho de que no existe otra opción alternativa disponible.

Nada más lejos de la realidad ni mas apartado de los fundamentos de la ciencia económica.: ignoramos quien será el caballero blanco salvador de las finanzas mundiales, ni siquiera sabemos si va a hacer acto de presencia algún día. Por el contrario, sabemos que el crecimiento no se puede financiar indefinidamente sobre la expansión de la deuda, aunque nos comportemos como si así fuera. Sabemos también que la aparente paciencia “oriental” de los actuales presuntos caballeros blancos está empezando a hacer agua por diversas grietas.

En estas condiciones afirmar que los mercados de bonos están equivocados y que la razón de ser de sus precios actuales es un misterio no es sino la mas lógica y elemental de las conclusiones. Alan Greenspan, con su famosa teoría del “connundrum”, se ha manifestado frecuentemente en este sentido.

Si el mercado de bonos está equivocado, si los precios de estos activos y, consiguientemente el de los tipos de interés a largo es erróneo, debemos ser consecuentes y asumir que su mera corrección desencadenaría un pánico financiero sin precedentes. No se trata, simplemente de los efectos sobre la credibilidad del deudor de (los Estados Unidos de América), para hacer frente al pago de sus obligaciones, sino de su propia moneda, el dólar y del conjunto de los mercados mundiales que de él dependen.

Ignoramos si Greenspan, al igual que hacía su antecesor Keynes se dedica también, en sus ratos libres, a sus especulaciones particulares. Posiblemente lo tenga prohibido por razón de su cargo, pero quizás esté ya convencido de que “lo que tiene que pasar, pasará” y que, al igual que imaginaron otros en circunstancias similares a las suyas, esté ya pensando para sus adentros aquello de “después de mí, el diluvio”.

Pero este diluvio no es tan fácil de predecir como el de los famosos tifones tropicales que han castigado a América este año que acaba de finalizar. Sabemos que va a llover y mucho. Pero no sabemos cuando.

Afortunadamente disponemos de un barómetro que, al menos en el corto plazo, ha funcionado con bastante eficiencia en el pasado: el oro. Como todos sabemos, los barómetros avisan de tormenta cuando luce en el cielo un sol espléndido. Es posible que la superación del nivel psicológico de 500 dólares esté alertando de la inminencia de un cambio sustancial en la climatología.

Por el momento, el barómetro dice que si pasamos de 550 dólares por onza de oro, la tormenta puede desembocar en un tifón y que cada uno ponga el grado que mejor le parezca. Por el contrario, si el barómetro se relaja hacia la zona 450 solo quiere decirnos que la sabia Naturaleza se apiada de nosotros, nos regala unos meses para darnos el último aviso, podamos hacer los preparativos correspondientes y salir pitando a toda velocidad por la autopista, antes de que el colapso del tráfico nos lo impida.

Tomasillo

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