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Señales contradictorias en la economía norteamericana

(OroyFinanzas.com) – Las medidas de la Reserva Federal dieron cierto alivio a los grandes jugadores de Wall Street, pero no logran aplacar los temores por las perspectivas recesivas.

Los analistas no pudieron ponerse de acuerdo esta semana sobre si la vapuleada economía estadounidense había cambiado su trayectoria hacia un lugar mejor o si apenas había moderado el paso con el que en los últimos meses pareció irse con seguridad al demonio. Los diagnósticos de economistas y otros expertos fueron tan contrapuestos como las señales que dio la propia economía.

Sin duda la voz más prístina en su optimismo fue la del secretario del Tesoro Henry Paulson Jr. quien aseguró: “estamos más cerca del final del problema que de su inicio”, aludiendo a la crisis financiera que se originó a partir del colapso de los mercados inmobiliario e hipotecario y que, además, se ha extendido —como epidemia que quiere transformarse en pandemia— al conjunto de la economía global.

A diferencia de las pasadas semanas, en los últimos días hubo sí algunos síntomas de alivio, sino en la economía propiamente dicha al menos en la forma de comportarse de sus agentes. Wall Street, donde anidan los optimistas, tuvo un aumento del 11% en los valores cotizados en bolsa y hasta los bonos de deuda corporativa y las temidas hipotecas escalaron algo.

El dólar se fortaleció contra el euro y una cesta más amplia de monedas y hasta el barril de petróleo dio un respiro; redujo su precio durante tres días consecutivos, aunque no fueron grandes rebajas. La Organización de Países Petroleros (OPEP) sigue calculando un valor de unos 200 dólares el barril para antes de fin de año.

La Reserva Federal volvió a cortar su tasa de interés otro 0.25% (está ahora en 2 puntos) aunque su titular, Ben Bernanke, sugirió que esta herramienta de abaratar el dinero estaba a punto de agotarse. Quizá la sugerencia sea el resultado de información que manejan los directores de la Reserva y que les permite esperar un horizonte mejor. Las voces que dicen que esta visión es la forma que tienen los optimistas de engañarse y, sobre todo, de no adoptar las difíciles decisiones necesarias. Las cosas se pondrán mucho peor antes de mejorar algo, insisten.

Puede que tengan algo de razón. Las buenas sensaciones se concentraron en los grandes jugadores de la economía. El salvataje de Bear & Stearns les dio la tranquilidad mínima necesaria para volver a la especulación para intentar medrar. Después de todo, si el dinero público rescató a un banco sin depositantes como B&S —era banca de inversión— toda otra institución estaba potencialmente cubierta.

La caída de dólar en los últimos meses volvió e hizo más competitivos los productos estadounidenses en el extranjero —excepción hecha de los commodities alimenticios— y los grandes exportadores de Estados Unidos esperan mostrar buenos balances.

Wall Street tiene tradición de ver el futuro bajo la mejor luz si sus protagonistas anticipan protección. Hace un año cuando varias firmas del mercado hipotecario quebraron, las promesas tranquilizadoras de Paulson y Bernanke hicieron que los mercados batieran el récord de alzas. Pero el entusiasmo fue breve y volvió el desplome. Ahora bien, cabe notar aquí que el optimismo estuvo limitado a los grandes jugadores de la economía. Más abajo las corrientes siguieron yendo en sentido contrario. Los consumidores están alejándose del gasto como del fuego y mucho de lo que aun se produce y vende en el país está yendo a los inventarios, no a compradores, lo que no augura bien para los meses futuros.

La situación no es demasiado diferente en Europa. En abril pasado el Indice de Confianza de las Empresas Belgas —aceptado generalmente como indicador confiable del conjunto europeo— mostró la mayor declinación en sus 28 años de historia.

Otra vez en Estados Unidos este viernes el Departamento de Trabajo dio a conocer las últimas estadísticas de empleo según las cuales el país perdió 20.000 puestos de trabajo que, sumados a los que se evaporaron en meses anteriores configuran lo que los economistas llaman un “claro caso de recesión” económica.

En la mitad menos favorecida de la pirámide social estadounidense están golpeando el desempleo, los mayores valores de los alimentos, del combustible y la sensación de que nadie con poder tiene en mente protegerlos como a B&S.

¿Cuán seria es la situación? Lo suficiente para que varios legisladores y dirigentes sociales estén reclamando a Washington un aumento de las partidas para la asistencia alimentaria a los más pobres y para que dos grandes cadenas minoristas —Wall Mart es una de ellas— hayan decidido limitar la cantidad de arroz que vende a cada cliente.

Es importante establecer un patrón aquí. Mientras se desarrolla una potencial crisis alimentaria hay que notar que, al menos dos de las firmas que controlan el mercado de cereales, Cargill y Monsanto muestran generosos aumentos de sus balances.

Parece ser este el dilema que el académico Phlip Bobbitt describe en su reciente libro Terrorismo y Consentimiento – Las guerras del Siglo XXI: la transformación del estado tradicional que conocemos desde la Paz de Westfalia en el nuevo “estado mercado” que establece una relación con sus súbditos como la de una corporación con sus clientes. Quiere disminuirse, privatizar y terciarizar y abdicar de sus responsabilidades históricas (alimento, salud, educación, etc.). Claro que esto de olvidar a la gente tiene su precio; Bobbitt dice que el enemigo por excelencia del “estado mercado” es el terrorismo.

Oscar Raúl Cardoso

Fuente: Clarín

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