(OroyFinanzas.com) – La estrategia se define en los diccionarios como la conducción general de las operaciones de una guerra, y la táctica como la conducción de las operaciones concretas en la guerra. Napoleón fue seguramente un buen táctico como capitán, un buen estratega como general, y un pésimo estadista como emperador. Como político, podríamos decir que alcanzó su nivel de incompetencia. En la guerra importa mucho más tener una buena estrategia que buenas tácticas. Tácticas habrá tantas como posibles encontronazos con el enemigo, y si la preparación de los jóvenes oficiales es pasable, las leyes de la estadística juegan poderosamente a favor de quien tenga una mejor estrategia.
Esto no es así en el mercado de valores, esa parte del mundo de la inversión en que vemos la cotización de las inversiones constantemente: en este mundo el estratega y el táctico son la misma persona generalmente.
El autor conoce casos en los que el inversor estratega decidió hace tres años que no había ninguna inversión más prometedora que la de los metales preciosos. ¿Por qué, entonces, este buen estratega ha perdido parte de su capital (no mucho) invirtiendo en este mercado? Sólo con haber utilizado los euros disponibles en la compra de oro la revalorización habría sido del 42%. Hubo, evidentemente, una mala ejecución de la estrategia, una mala táctica.
Los demonios interiores, cuando vemos la cotización de nuestras inversiones en las pantallas, juegan contra nosotros: mi conocido consiguió comprar plata a 10, la vendió a 15, se desesperó porque subió hasta 20, compró después a 18, y se desfondó y liquidó posiciones cuando la vio a 9. ¿A usted no le pasará? Puede ser, ¿Quién lo sabrá mejor que usted?. Pero el propio Ulises, según la Odisea, para guardarse del canto de las sirenas, tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Sirenas y demonios nos rodean cuando vamos a los mercados cotizados.
El autor trató de conseguir un buen mástil al que atarse y una cera con la que taparse los oídos en estas traidoras aguas. Para eso no tuvo mejor idea que intentar estimar de forma desapasionada, y por más de un camino, unas proyecciones de precios para los metales preciosos, una vez que su análisis estratégico le había dicho que ése era el sector más prometedor. Esas proyecciones son discutibles, son burdas, nada refinadas. Pero son objetivas y cumplen su función: ahuyentan el miedo en tiempos de turbación y refrenan el ansia de realizar beneficios en épocas de bonanza. Nos dan un horizonte al que mirar, son nuestra brújula en aguas procelosas. Si la brújula tiene unos grados de deriva, no importa demasiado, siempre que no nos lleve en sentido contrario al pretendido.
En enero de 1980, la crisis económica, los déficit fiscales y la expansión monetaria llevaron al oro a cotizar en 843 dólares la onza el 21 de enero de ese año, partiendo de un nivel de 35 dólares la onza diez años antes. Los desequilibrios del mundo actual son mayores que los de entonces, en términos de endeudamiento general, de apalancamiento del mundo financiero respecto a la base económica real sobre la que se asienta. Baste decir que en diciembre de 1979, con datos tomados de la Reserva Federal, el volumen de deuda total que había en la economía americana representaba el 157% del PIB.
Si las últimas cifras disponibles de marzo de 2009 nos dicen que ese mismo ratio se encuentra en el 374% del PIB, y que antes de la Gran Depresión había alcanzados cotas del 250% del PIB, ¿No hay razones para pensar que esto tiene que volver a niveles menos extremos que los actuales? Ése proceso de desapalancamiento es lo que estamos viendo desde el año 2007. Y pensamos que el grado de estrés al que se verán sometidos los sistemas financieros será al menos tan fuerte como en 1980, y que la respuesta del oro será al menos del mismo orden.
El primer método para calcular un objetivo de largo plazo en el precio del oro toma como hipótesis de partida que como los desequilibrios relevantes hoy son mucho mayores que en 1980, lo menos que hará el precio del oro, el activo refugio, será recuperar el terreno perdido por la inflación desde entonces. En una página del Bureau of Labor Statistics, http://www.bls.gov/data/inflation_calculator.htm, encontrará que los 843 dólares la onza de 1980 serían hoy 2.203 dólares la onza. Esto es, si usted cree en las estadísticas del gobierno americano.
Decía Francisco Umbral que una vez oyó a Don Marcelo González, cardenal primado, exclamar: “¡Lástima que los pobres mientan tanto!”. Parafraseando a Don Marcelo diríamos que ¡Lástima que las cifras oficiales de inflación sean de tan poca confianza!. Y concluía Umbral: “Los pobres mienten porque no tienen más arma que la mentira”. Igualmente podemos pensar que los gobiernos tienen su mejor arma, aunque no la única, en sus departamentos de estadística.
Por lo tanto, si utilizamos como mejor medida de la inflación el dinero que crea el gobierno, la base monetaria (medida más objetiva y más libre del trabajo de cocina que la cifra de inflación), vemos que ésta se ha multiplicado en Estados Unidos por 12,95 veces, al pasar de 0,133 trillion en enero de 1980 a 1,727 trillion en agosto de 2009. Esto nos daría que el precio del oro, para compensar la inflación en dólares creados desde entonces, debería ser de 10.914 dólares la onza. Pero el stock de oro mundial también ha crecido en estos 29 años, a un ritmo que puede haber sido del 1,5% anual, lo cual se habría traducido en que el número de onzas de dicho stock de oro se ha multiplicado por 1,55 veces. Comparen con el múltiplo de la base monetaria en los mismos años, 12,95 veces. ¿Cómo podía decir Greenspan que básicamente lo que había hecho la Reserva Federal era replicar un hipotético patrón oro?
Un crecimiento de 12,95 veces de la masa monetaria frente a un crecimiento del stock del oro de 1,55 veces es el equivalente a un crecimiento de 8,33 veces de la masa monetaria con un stock del oro constante. Esto nos daría que el precio del oro equiparable a las nuevas masas de base monetaria y de oro sería 8,33 veces mayor que los 843 dólares de enero de 1980. Con lo cual, el objetivo de precio del oro sería de 7.000 dólares la onza en números redondos. Pero si en vez de fijarnos en la inflación de dinero creado por la Reserva Federal, nos fijamos en la producida en el dinero bancario, y para ello tomamos la Money Zero Maturitiy, que es lo que mucho consideran (el autor incluido) que más se aproxima al concepto de dinero, nos daría después de hacer todos los cálculos anteriores que el precio objetivo del oro sería de 6.100 dólares la onza en números redondos. Lo cual nos confirmaría que todavía tenemos que ver precios mucho más altos para el oro.
Pero de igual manera que un buen banquero prefiere tener dos avalistas a tener uno sólo, nosotros también buscaremos algún otro método antes de precipitarnos en nuestras expectativas. El segundo método, al que llamaríamos del “Coeficiente de Caja” se basa en considerar que dependiendo de la mayor o menor confianza que genere un gobierno y la economía y sistema financiero sobre el que se asienta, se le pide implícitamente por parte del público el mantenimiento de unas reservas respecto del dinero que ha creado y tiene en circulación: la base monetaria, aunque se podría considerar cualquier otra medida de masa monetaria y las conclusiones no diferirían. Supongamos que existe un alto grado de desconfianza. Supongamos que la desconfianza que existe respecto a sistema general financiero y económico es tal que el público “pide” que el valor de toda la base monetaria emitida por el banco central esté respaldada por oro al 100%. Supongamos que el Tesoro Americano tuviera en propiedad 1000 millones de onzas de oro. Como la base monetaria es de 1.727.000 millones, el precio del oro con el que se consigue tener un coeficiente de reserva del 100% sería el de 1.727 dólares la onza. Aunque si el Tesoro Americano consiguiera tener 1.727 millones de onzas sin aumentar la base monetaria, el precio del oro con el que se conseguiría el coeficiente de reserva del 100% sería el de 1000 dólares.
En enero de 1980 la desconfianza del público alcanzó un clímax respecto de su sistema financiero, y con una base monetaria de 133.425 millones, unas reservas de oro de 265 millones de onzas, y un precio del oro de 843 dólares la onza, estaba exigiendo al Tesoro Americano un coeficiente de reserva del ¡¡167%!!. Cada 100 dólares emitidos por la Reserva Federal contaban con un respaldo de stock de oro valorado en 167 dólares. Actualmente la base monetaria americana es de 1.727.381 millones de dólares y el número de onzas de oro de 262 millones. Si se exigiera en la actualidad el mismo coeficiente de reserva que en 1980, el precio del oro debería establecerse redondeando en ¡¡11.000 dólares/onza!!
Ustedes dirán, con razón, que en anteriores comentarios he hablado de un objetivo de 5.000 dólares la onza de oro. Debo confesar que dije ese precio con cierta ligereza, sin actualizar las nuevas cifras de base monetaria. Pero también creo que es una buena muestra de la actitud que hay que tener ante estas conjeturas: las hemos hecho, nos convencen, nos son útiles para los fines que perseguimos, pero no nos obsesionamos con ellas ni las actualizamos constantemente. Simplemente, tenemos la referencia de que unos precios del oro mucho mayores nos pueden estar esperando: entre 7.000 u 11.000 dólares la onza. El margen es grande, pero ya empezaremos a afinar cuando andemos por los 5.000.
Aben Jaldun
Quo Vadis, Oro? I (Primera Parte) [1]
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