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¿Volvemos de nuevo al patrón oro?

(OroyFinanzas.com) – Es habitual que en los últimos tiempos, como forma de hacer frente constantemente a las crisis económicas, que se tome como referencia los acuerdos de la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas que se celebraron en Bretton Woods, durante 1944. Una y otra vez, se ha reclamado con insistencia volver a la “disciplina” monetaria que allí se impuso. Por esa razón, muchos intelectuales progresistas reclaman que se celebre hoy algo parecido como forma de darle vuelta al actual orden financiero internacional.

No obstante, otros consideran que las leyes de curso forzoso que favorecen al actual patrón dólar facilitarían a los gobiernos la flexibilidad suficiente para llevar a cabo sus políticas expansionistas, y controlar el nivel de los precios.

Hoy día, el precio en el mercado de futuros del oro ha superado la cota de los 1,000 dólares por onza. Este hecho muestra la fortaleza que ha ido captando el metal amarillo como un valor de refugio que crece bien aprisa ante la desconfianza e incertidumbre que viven los mercados. Por ello, el debate sobre el patrón oro sigue abierto en Estados Unidos. Que el oro se ha convertido en un metal “refugio” queda evidenciado por el hecho de que las continuas subidas que, en los últimos tiempos, ha ido experimentando su cotización, lo han venido atestiguando. El antiguo patrón oro, que respaldaba cualquier emisión de moneda en otro metal o en el papel moneda ha dejado atrás a muchas de las monedas a las que respaldaba.

Aun así, la sustitución del “dinero fiduciario”, con carácter de pagaré o de un documento oficial por el que se prometía la entrega de su contravalor en oro o plata, hasta su presentación ante la entidad emisora, ya no existe en la actualidad.

El problema ha sido que esta nueva modalidad de dinero impreso en papel ha sido sustituido hoy por otra que se encuentra sujeta a los vaivenes de la economía y más propicia a devaluarse o supervalorizarse según sea la voluntad del poder que gobierna.

Y este tipo de moneda o dinero imaginario (denominado como “fiat” o “echo”, en latín) ya no parece tener respaldo alguno, porque no promete la entrega de algo concreto a cambio.

Las propuestas

Parece ser que, en Estados Unidos ya hay algunos economistas que están reclamando la vuelta al antiguo “patrón oro”, como un medio de evitar la inflación y de garantizar el poder adquisitivo de los ciudadanos. La economista Judy Shelton (2009) dice que “el dinero fiat pierde su valor cuando el Ejecutivo crea más de lo que puede absorber la economía real”. Añade que “demasiado dinero fiat en una economía genera inflación”, la cual si bien aparece primero en sectores como la vivienda o los activos financieros, en última instancia, logran subir el nivel general de los precios (IPC). Manifiesta que es obvio que la inflación perjudica el ahorro y obliga al pago de más impuestos, debido a que las familias alcanzan mayores tramos impositivos sin que, sin embargo, aumenten sus posibilidades reales de consumo. Aun así es preciso restablecer la confianza en la moneda para que las familias sepan que es respaldada por un valor inmutable y seguro, garantizando que, al utilizarse, conserva el mismo valor equivalente a la prestación pagada. Defensores y críticos

Recientemente un gran grupo de economistas abogan por abrir la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) a la competencia en la emisión de dinero. Animan a “abolir las leyes de curso forzoso y ver en qué moneda confía la gente”. Estos economistas entienden que la razón de “volver al patrón oro” estriba en que dicho patrón restauraría el derecho perdido de los ciudadanos a emplear una moneda respaldada en oro como divisa de curso legal si se percatan de que el papel moneda que imprime el Gobierno pierde valor (poder adquisitivo). Esta nueva corriente sostiene que “la inflación es el enemigo del capitalismo, debilitando las bases de los mercados libres y las leyes de la oferta y la demanda. Así, de esta manera se logra crear ilusión monetaria a los trabajadores haciéndoles pensar que sus salarios han subido, cuando en realidad lo que pasa es que los empuja a hacia tramos impositivos más altos sin aumentar sus oportunidades reales de consumo.

Por ello, los economistas que defienden la idea de volver al patrón oro abogan por “establecer unas bases sólidas para el capitalismo, permitiendo a la gente utilizar el dinero en el que confía”. Sin embargo, los defensores del patrón dólar sostienen que, en la actualidad, las leyes de curso forzoso favorecen al dinero gubernamental frente a los contratos en oro o plata. El abandono total del patrón oro se produjo a principios de los años 70, cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, suspendió unilateralmente la convertibilidad del dólar en oro, tal y como establecía el sistema monetario de Bretton Woods acordado al término de la Segunda Guerra Mundial.

Los economistas que promueven el patrón dólar parten del enfoque de la economía keynesiana, según el cual el gobierno es “el que mejor sabe hacer las cosas”. Por ello, la mayoría de estos economistas argumentan que bajo un patrón oro el Gobierno se ve privado de la flexibilidad que precisa para llevar a cabo sus políticas expansionistas, y podría acelerar la temida deflación (caída generalizada de precios) en la actual situación de crisis económica.

Ahora bien, aunque las comparaciones son odiosas y no siempre apropiadas, lo que concretamente habría de analizarse es que el contexto político, económico y social internacional en el que se celebró la conferencia de 1944 es muy distinto al actual. Para entonces, los países participantes se encontraban en guerra y vivieron antes una larga recesión económica que hacía inexcusable poner soluciones sobre la mesa.

Hoy en día no vivimos en plena guerra mundial y la crisis, aunque bien es verdad que ha sido larga y muy volátil, ha demostrado coordinar con más facilidad acciones y políticas comunes o retrasar medidas que pudieran ser traumáticas.

Con todo, la preparación de la Conferencia de 1944 llevó más de tres años de debates y discusiones previas. Por otro lado, en 1944 había una gran potencia en el mundo occidental, en ascenso y cuyo liderazgo nadie podía poner en cuestión.

Y el poder no solo fue en el terreno político y militar sino también en el económico. Estados Unidos tenía un Producto Interno Bruto (PIB) que representaba en aquellas fechas casi la mitad del mundial y disponía del 80% de las reservas de oro existen-tes en el mundo.

No obstante, si bien Estados Unidos sigue siendo actualmente el motor de la economía mundial y su influencia y poder todavía es impresionante, también sus debilidades son cada vez más evidentes y, sin dudas, inició su ocaso como potencia hegemónica. Por ello, ahora, y en los años venideros, no le será tan fácil como entonces imponer su voluntad al resto del mundo. Y si lo consiguiera, los resultados no serían tan mutuamente provechosos y estabilizadores. Además, hoy día los Estados Unidos no representan la única vía de desarrollo social posible. Ni representan las únicas referencias decisivas ni contrapesos importantes a escala internacional.

Hay muchas diferencias, pues, como para pensar que la historia pudiera repetirse. Pero eso es una cosa y otra no reconocer la vigencia que en estos días tiene Bretton Woods como momento y punto de inflexión en el que se establecieron normas, instituciones y políticas que abrieron una nueva época. Es en este sentido en el que cabe demandar un nuevo Bretton Woods aunque las condiciones de partida y los puntos de llegada tendrían que ser lógicamente muy diferentes. Lo que está hoy día en juego ya no es la articulación financiera de un bloque de países frente a otro, ni siquiera la consolidación de un orden financiero que impida que se produzcan de nuevo episodios como los que estamos viviendo.

La cifra 2.5% ha sido la tasa de crecimiento promedio de la economía de EEUU en términos reales entre 1989 y 2009. En ese lapso, mientras el consumo creció a una tasa promedio de 5.3%, los precios han promediado 3.2% y el desempleo 5.6%.

Las lecciones

Bretton Woods ofreció tres grandes instrumentos a los países occidentales: autoridad, reglas e instituciones. La primera fue la de Estados Unidos; las reglas, sobre todo de disci-plina monetaria; las instituciones, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Ahora serían necesarios esos tres ingredientes pero con contenidos concretos muy diferentes. La autoridad hoy ha de ser plenamente compartida. Hace falta, por el contrario, multilateralidad, poder compartido y contrapesado, centralidad pero unida a una radical y deliberante democracia. Y en el campo político, hoy se pide mucha ciudadanía, para dirigir a la economía. Urgen también nuevas reglas.

Adolfo Martí Gutiérrez, Economista

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