(OroyFinanzas.com) – Al alcanzar el preciado metal, los ojos se vuelven vidriosos y las gargantas se resecan. Nunca nada fue más hermoso que la posibilidad de soñar. Ahí está, el dinero de los dineros, el poder, la llave que abre todas las puertas. Bajo su deslumbrante fulgor duermen las almas de los poderosos. Todo es fácil si nos hemos puesto de acuerdo sobre el enorme valor de lo que brilla de manera tan hermosa. Todas las demás contemplaciones se vuelven molestas disquisiciones sobre lo que de verdad importa, es oro.
Se me caen los mitos. No consigo entender como existen economistas que toleran este barbarismo, una quimera, la mentira. Mientras no se dé el toque de orden necesario que desbarate la farsa, tendré que asistir a otro record de cotización en Nueva York, a cinco años de espectacular ascenso de un metal con escaso valor de uso.
La bella y absurda mercancía, es, muy a mi pesar, valor refugio en tiempos de crisis, la guarida de los miedos del tonto y su dinero. Cuando el Financial Times afirmaba en 2009, que la clara alternativa al dólar no era otra que el oro, nadie puso en entredicho la reputación del medio, convertido en oráculo económico, al que tanto temen empresas y estados en sus juicios de valor.
El oro no sirve más que para hacer joyas y venderlas a quienes les dan valor, además de para otros limitados usos industriales que no justifican en nada su garrafal precio de mercado. La inversión en oro no genera riqueza, si no que estrangula todavía más a un sistema, que ve como los fondos necesarios para la inversión en empresas, que apuestan por el capital humano y proyectos de futuro vitales para la economía global, se utilizan para quitar polvo a los lingotes, preservando la riqueza de los necios.
Nada hay intrínsecamente de valor en el oro. Cuando el sistema se colapse, ¿de que servirá el oro?, ¿nos obligaran de nuevo a dar valor a la primitiva moneda? El dinero de hoy está sustentado en el trabajo de los hombres, en su capacidad para llevar adelante retos, en su poder de creación e innovación y su firmeza a la hora de afrontar las dificultades. Un complejo entramado de confianza que da sentido al valor de las cosas. Es tiempo de acabar, por tanto, con los criterios irracionales en el mercado moderno. El valor del oro está sustentado únicamente por un sentimentalismo arcaico, por el que nunca se puede llegar a saber a ciencia cierta las razones del alza o la baja de su precio, ni predecir razonadamente sus oscilaciones.
Quizás sea más fácil confiar en algo inerte que en otras personas, quizás el hombre no pueda soportar la idea de que nada haya seguro en la vida. Pero la actual economía internacional debe estar sustentada en dar valor a las capacidades y meritos de los individuos y a los grupos formados en las empresas. La superación de la actual crisis debe estar cimentada en el trabajo de calidad. El apoyo a la fortaleza de la economía global pasa por confiar en las personas mediante criterios lógicos.
La puesta a disposición del público de maquinas expendedoras de oro, llevada a cabo en centros comerciales de Alemania, Austria y Suiza, puede significar el paso previo al entendimiento del oro como lo que es, un metal muy maleable, o quizás el intento de hacer apreciable a aquello que no tiene valor. De cualquier modo, me alío con Tomás Moro en sus apreciaciones sobre las piedras y los metales preciosos, aunque no en su sentido utópico, mientras busco que alguien grite conmigo que el rey está desnudo.
Carlos Loring Rubio, abogado y doctorando en el departamento de Derecho Privado del CEU-San Pablo, diplomado en Estudios Avanzados en Derecho Mercantil, diplomado en Gestión Empresarial, y MBA en e-Business por la Universidad Pontificia de Comillas (ICADE)
Fuente: El Imparcial
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