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Reglas monetarias y estabilidad de precios

(OroyFinanzas.com) – Bajo sistemas monetarios completamente fiduciarios como los actuales, la limitación de la cantidad de dinero es esencial para mantener el poder de compra de la moneda. A diferencia de los sistemas como el patrón oro, esta limitación no es automática sino que ha de ser expresamente fijada. Dejados a su libre albedrío, ya tenemos suficiente experiencia histórica de las inflaciones provocadas por gobiernos que utilizaron el banco central a su completa (y dañina) discreción. Existe un amplio consenso académico en cuanto a la necesidad de establecer una regla monetaria que limite la capacidad de expandir la oferta monetaria por parte de los bancos centrales. En lo que no hay consenso es en la mejor manera de hacerlo: algunos de los teóricos de la Escuela Austriaca de Economía cuestionan el propio sistema de monopolio en la emisión de billetes de curso legal, así como la capacidad que tienen los bancos comerciales de crear medios de pago (mediante su expansión de depósitos). Por otra parte, los representantes de la corriente mayoritaria actual en la economía (la Escuela Neoclásica) no lo ponen en cuestión, y se concentran proponer reglas para limitar eficazmente el crecimiento de la oferta monetaria.

regla de oro

Empecemos por definir qué se entiende por una regla monetaria, dado que es un concepto controvertido. Consiste en el anuncio público de (1) los objetivos concretos con los que se compromete el BC, (2) el plazo en que se propone conseguirlos, (3) el modelo (información, proceso de decisión) que le servirá para la toma de decisiones y (4) la comunicación pública de sus decisiones. La regla monetaria explicita ex ante los criterios que van a regir las condiciones monetarias (o de crédito) de la economía en un período determinado. De una u otra forma, se trata de imponer nuevas cadenas (antes “doradas”, ahora enteramente fiduciarias) que limiten el margen de maniobra de un monopolista.

La adopción de una regla no implica necesariamente rigidez en las condiciones monetarias durante su período de vigencia, sino el compromiso con unos objetivos y procedimientos que permitan conocer y, si fuera necesario, cambiar, las condiciones monetarias durante un cierto período de tiempo. Su principal ventaja es que permite al BC transmitir al mercado información y expectativas monetarias creíbles, de modo que los agentes puedan planificar sus decisiones en un entorno lo más estable y conocido posible. Tal y como demostraron Kydland y Prescott1 en su trabajo de 1977, ello redundará en una mayor efectividad de la política monetaria del BC y en un mayor bienestar en la sociedad.

Dependiendo de las variables que se incluyan en la toma de decisiones podemos distinguir dos grandes tipos de reglas: reglas, no activas, basadas en el dinero (o monetaristas) y reglas neokeynesianas activas Las reglas monetaristas apenas conceden a los bancos centrales margen de discrecionalidad en el corto plazo. La más conocida es la llamada regla de crecimiento monetario fijo de Milton Friedman, por la que el BC anuncia el crecimiento de la oferta monetaria para el año en curso necesario para financiar únicamente el crecimiento esperado de la oferta de bienes y servicios en la economía. Es por tanto una regla dirigida a financiar el crecimiento económico no inflacionista.

Por el contrario, los neokeynesianos son partidarios de dar al banco central otros objetivos, además de la estabilidad de los precios, como es la estabilización de la producción a lo largo del ciclo. Por tanto, la regla ha de permitir al banco central intervenir activamente en el mercado para conseguir la estabilidad de los precios y del llamado output gap, que es la desviación de la producción real de la economía respecto de su producción de equilibrio a largo plazo. Siguiendo una lógica neokeynesiana, si el output gap es positivo, la economía estaría produciendo por encima de sus niveles estables a largo plazo, lo que será tomado como un indicador inflacionista. Estas reglas son las más utilizadas hoy en día, reglas en las que, sorprendentemente, el crecimiento del dinero no aparece expresamente como objetivo, ni valor de referencia expresa en las reglas de decisión de los bancos centrales. Ello revela una explicación neokeynesiana de la inflación, explicada por las expectativas de inflación y el exceso de demanda agregada en el corto plazo.

La “regla de Taylor” es la más conocida de ellas que, en su versión más realista y operativa, prescribe que el banco central ha de fijar el tipo de interés que corrija las desviaciones esperadas de la inflación respecto de su tasa objetivo y del output gap. Aunque no ha sido adoptada oficialmente por ningún banco central, esta parece ser la mejor regla que se aproxima (ex post) el comportamiento registrado por la Reserva Federal de EEUU desde finales de los años 70. Además, casa muy bien con el “mandato plural” dado a este banco central, por el que ha de perseguir la estabilidad de los precios, de los tipos de interés a largo plazo, así como el crecimiento del empleo. Ello le ha permitido desarrollar una política monetaria discrecional, caracterizada por la ausencia de transparencia de sus procedimientos de decisión.

El BCE, como banco de nueva creación que es en un entorno político e institucional inestable e incompleto, no puede permitirse tal discrecionalidad. Desde 1999, se ha comprometido prioritariamente con la estabilidad de precios y, hasta 2003, continuó en gran medida con la regla monetarista seguida de manera exitosa por uno de sus predecesores, el Bundesbank. Ahora bien, en mayo de 2003 reformuló su regla monetaria: dejó de anunciar un valor de referencia para el crecimiento monetario amplio (M3) compatible con la estabilidad de los precios, lo que debilitó la importancia dada al dinero en la predicción de la inflación. Desde entonces y hasta el inicio de la reciente crisis, el crecimiento monetario creció a tasas insostenibles (superiores al 10% anual), lo que se ha reflejado en un crecimiento desmesurado del crédito en la eurozona y ha contribuido a la mayor crisis financiera registrada desde los años 30.

La crisis reciente ha mostrado una mala gestión del dinero de los bancos centrales monopolistas. La introducción de más competencia en el mercado monetario ayudaría a disciplinar a los distintos emisores de dinero. Mientras tanto, el BCE debería reformar su estrategia monetaria para actuar “como si” hubiera más competencia en el mercado. Es tiempo de revisar su regla monetaria para conseguir un crecimiento más moderado y estable del dinero, compatible con una verdadera estabilidad del poder de compra del euro. Ello pasará por medir de manera más amplia la inflación (no meramente a través de un índice de bienes de consumo), así como dar más peso a los agregados monetarios.

[1] “”Rules Rather than Discretion: The Inconsistency of Optimal Plans”. En Journal of Political Economy. Junio.

Juan Castañeda

Fuente: Análisis GoldMoney

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