(OroyFinanzas.com) – Sobre la salida griega de la zona Euro se seguirán escribiendo cientos de artículos que, como es habitual, quieren encontrar respuestas coyunturales a problemas estructurales. Esa falla en la que también incurren políticos e inversores, es muy común. Tanto, que ven por ejemplo en el fracaso griego de formar un nuevo gobierno de coalición, la causa del inminente abandono de dicha divisa.
Se equivocan. Grecia se comenzó a condenar a sí misma, quizás desde el mismo momento en que se incorporó oficialmente a la región. Para decirlo con claridad, se convirtieron junto con otros países del vecindario continental, como España y Portugal, en víctimas de sus propios ímpetus de riqueza pronta.
La ventana de oportunidad que les permitió alcanzar este sueño, se materializó en la moneda única, condenada de nacimiento a su fracaso. La razón fundamental: la ausencia de una unidad fiscal que imposibilitara de hecho y de derecho, que cualquiera de sus miembros abusara de los privilegios de adquirir súbitamente, acceso amplio y barato a fuentes de crédito, y por ende, manga ancha para el dispendio.
Eso sí constituyó el error sustancial de la Unión Monetaria, sobre todo, en un contexto en el que la visión económica predominante, privilegia y alienta el consumo sobre el ahorro y la deuda sobre la inversión. Los beneficiarios no iban a desperdiciar la oportunidad, cuyo resultado no podía haber sido diferente al que ya vimos, con burbujas en activos como los bienes raíces, colosales déficits públicos y abultados endeudamientos gubernamentales y privados.
El péndulo del ciclo económico es infalible. Comprender eso es importante para no perder de vista que a la expansión crediticia (inflación), le sucederá siempre su colapso (deflación). Cualquier intento de desviar esas fuerzas o de evitar lo inevitable, solo empeorará la situación.
Los griegos se convierten así en el botón de muestra de lo que más tarde vendrá para otras naciones. Por ello, pese a los previsibles esfuerzos franco-alemanes, del Banco Central Europeo (BCE) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) por forzar la integridad de la zona, la salida griega y de otros más tarde, es cuestión de tiempo.
El nerviosismo que esto genera explica, por supuesto, por qué los capitales no dejan de abandonar a los bancos y territorio helénicos, las caídas bursátiles, y también por qué el dólar se ha fortalecido por su condición, todavía existente, de ser el refugio “seguro”.
Pese a que no podemos perder de vista que el dólar tiene sus propias cuentas por pagar en el futuro, debe tenerse cuidado en no adelantar sus obituarios, como lo ha señalado el profesor Antal Fekete, de la Nueva Escuela Austríaca de Economía (http://bit.ly/Lb9y0a [1]).
Asimismo, deberían ser precavidos aquellos que hoy denuestan al oro acusándolo de “perder” su condición de amparo ante las vicisitudes de la economía mundial, por las normales correcciones que ha sufrido los últimos meses.
Y es que como queda explícito en la gráfica de Steen Jakobsen, economista en jefe de Saxo Bank en Dinamarca (tomada del blog de Mike Shedlock), el temor supremo de los bancos centrales de Estados Unidos (Fed), Japón (BoJ), Inglaterra (BoE) y BCE, seguirá siendo la deflación, a la que infructuosamente querrán seguir combatiendo con más inyecciones de liquidez conocidas como “flexibilizaciones cuantitativas” (QE, en inglés). De ahí que en todos los casos, su hoja de balance como porcentaje del PIB, marque una clara tendencia alcista a partir del inicio de la crisis en 2008.
Así que no nos distraigamos. Los bancos centrales pueden controlar la cuantía de dicha liquidez, pero no hacia dónde se dirigirá. Es previsible que una parte muy importante de ella se siga yendo al oro, y que su subida se acelere a velocidades insospechadas cuando el turno protagónico de la crisis fiscal y de divisas, toque a Estados Unidos, la última ficha.
De tal suerte que no es casualidad ni coincidencia, que muchos otros bancos centrales como el de México y Rusia, continúen ampliando sus reservas en metal, ante lo que el mismo FMI ha reconocido como “elevados riesgos crediticios”. Que no se nos olvide, la tragedia griega, es solo el comienzo.
Guillermo Barba
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