(OroyFinanzas.com) – Imaginen un hombre que va caminando por la acera y, de repente, cae en un hoyo, tan profundo que se lastima una pierna y no puede salir sólo de él. Entonces pasa un médico junto a la zanja, y le grita, ‘¡Eh! Oiga, ¿puede ayudarme?’ El doctor escribe una receta, se la tira y continúa su marcha. Al rato pasa un sacerdote y el hombre llama su atención, ‘¡Padre! Aquí, en el hoyo. ¿Puede echarme una mano?’ El cura anota una oración en un trozo de papel y se la lanza dentro del agujero.
Entonces, reconoce a un amigo que pasa por al lado. ‘¡Oye Joe!, Soy yo, ¿puedes ayudarme?’ Y el amigo, al escucharle, salta inmediatamente dentro del hoyo, a lo que nuestro hombre protesta, ‘¿Te has vuelto loco? ¡Ahora los dos estamos aquí abajo!’ Y el amigo le responde, ‘Claro que sí, pero yo he estado aquí antes y sé cómo salir’.
Pues bien, con la noticia del rescate europeo a la banca española de este fin de semana no he podido evitar acordarme de esta parábola que aparece en un episodio de la serie ‘El Ala Oeste de la Casa Blanca’. Los personajes son claramente identificables: el hombre en el hoyo es nuestro país, el médico y el sacerdote podrían ser perfectamente Krugman y Roubini y el amigo que se tira con nosotros al agujero con una línea de crédito de 100.000 millones de euros en condiciones muy favorables sería el Eurogrupo.
Aunque me temo que nuestra historia tiene algún matiz que quizás no implique el mismo final feliz. Y es que, en realidad nuestros amigos, algunos de los cuales ya estuvieron allí al inicio de la crisis y se dejaron buena parte de su PIB en rescatar su sistema bancario mientras Zapatero enterraba el superávit de las cuentas públicas en las zanjas del Plan E, no han acudido para sacarnos del agujero sino para ayudarnos a cavar más profundo. Porque eso es en lo que consiste precisamente el acuerdo alcanzado: en echar deuda sobre más deuda. Como suele decir Daniel Lacalle, patada hacia adelante.
¿Es bueno el “rescate” para España?
Peter Drucker, conocido gurú y padre del management, solía decir que para salir de un agujero, lo primero que hay que hacer es dejar de cavar -’If you’re in a hole, stop digging!’– y eso es precisamente lo contrario de lo que estamos haciendo. Pueden hacer ustedes la cuenta de lo que llevamos gastado en nuestro sistema financiero desde que estalló la crisis. En un conocido blog español sobre economía e inversión han hecho los números este fin de semana y lo han cuantificado en 168.000 millones de euros (Gurusblog, Las ayudas a la banca española desde 2008 ascienden a 168 mil millones de euros).
Y eso sólo considerando las ayudas públicas de nuestro Gobierno. Además, habría que considerar la cantidad prestada a tres años concedidos por el BCE a través del mecanismo del LTRO. Según podíamos leer ayer a Kike Vázquezen una de sus perlas, los bancos españoles han consumido de esta línea la nada despreciable cantidad de 195.000 millones de euros. Cifras mareantes a las que habrá que sumar el importe final que se inyecte de la línea de crédito de 100.000 millones a través del FROB. En definitiva, deuda sobre deuda, sobre más deuda.
A partir de aquí, Rajoy y De Guindos pueden vestirlo como quieran. Pueden decir que no es un rescate propiamente dicho, que no computa como deuda pública y que no genera déficit adicional. Pero la realidad es tozuda y a nadie se le oculta que es un préstamo concedido en una situación crítica y en condiciones favorables respecto al mercado, cuyo contrato ¾MoU¾ lo firma el Gobierno y no los bancos y que si los intereses no computan como déficit, es gracias a artificios contables.
Otro de los méritos que nos han vendido como una de las principales bondades de este acuerdo es que no hay imposición de condiciones macroeconómicas, vulgo recortes. Lo cual, aunque sea deseable para la clase política, que puede así mantener sus privilegios y sus cotos de poder ¾aparte de evitar el mal trago de que vengan unos señores a controlarles y enmendarles la plana¾, para los ciudadanos no es buena noticia. Cualquier esperanza que pudiéramos tener de que alguien le meta mano a esasdiecisiete pequeñas Grecias [1] que tenemos en nuestro país, se ha volatilizado.
Y no piensen ustedes que, una vez recibida la inyección de los 100.000 millones ¾o los que finalmente sean¾, los bancos rescatados se van a poner a conceder créditos como si los fueran a prohibir mañana. En primer lugar, porque las familias y pequeñas empresas siguen endeudadas hasta las cejas y están en un lento proceso de desapalancamiento. Y las grandes empresas están más preocupadas de abaratar los costes de su deuda que de iniciar proyectos de inversión en un entorno de incertidumbre como el actual.
Por tanto, no. Este rescate no es necesariamente bueno para España. Puede que haya servido para ganar tiempo, sobre todo de cara al incierto resultado de las elecciones griegas del próximo fin de semana, pero mucho me temo que habrá sido en balde. Fíjense que, además, cada vez las medidas tienen efectos de menor duración en los mercados. Ayer mismo la euforia duró apenas unas horas. Arrancamos el día con el Ibex subiendo más de un 5% y la prima de riesgo en algo más de 460 puntos para terminar la jornada con la bolsa en negativo -cayendo un 0,54%- y la prima en 520 [2]. Y es que los inversores no se fían del medio plazo, sencilla y llanamente porque saben que no hemos resuelto el problema, sino que lo hemos aplazado.
¿Hay alternativa a este “rescate”?
Había alternativas mucho mejores, más eficaces y más justas al rescate anunciado este fin de semana. Una de ellas, seguramente la más permanente en el tiempo y definitiva, es la del profesor Huerta de Soto que ya la introdujimos aquí hace unas semanas [3], aunque más complicada de llevar a la práctica por el amplio consenso que requeriría a nivel europeo.
Otra de ellas, que no evitaría una nueva expansión crediticia en el futuro, pero daría una solución más sólida y justa es la que ha propuesto recientemente elInstituto Juan de Mariana y de la que McCoy se hizo eco en su columna. Esta consiste, de forma muy simplificada, en capitalizar la deuda, convirtiendo a los acreedores en accionistas y diluyendo, eso sí, el capital de los actuales propietarios de acciones. A fin de cuentas, lo que suele hacerse con las empresas que no tienen la suerte de ser un banco.
En cualquier caso, las autoridades locales y europeas han optado por la estrategia de la patada a seguir, por lo que volveremos a hablar sobre ello, me temo, más pronto que tarde por haber cerrado el rescate en falso.
Antonio España [4]
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