(OroyFinanzas.com) – En el post anterior ofrecíamos un recorrido turístico por el paraje minero leonés de Las Médulas. El recorrido que proponemos ahora es literario. El último territorio del “Nuevo Mundo” por descubrir y colonizar fue el actual estado de Alaska.
Tras los primeros asentamientos de rusos (Vitus Bering, 1741), españoles (Juan Pérez, 1775) y británicos (James Cook, 1778), finalmente Rusia consiguió la soberanía sobre Alaska, si bien vendió el territorio a EEUU por 7,2 millones de dólares en 1867.
Unos veinte años después, varios exploradores adentrados en Alaska regresaban ricos a Seattle y San Francisco con abundante oro, desatando una fiebre del metal dorado que produciría una avalancha de aventureros de todo el mundo animados a rebasar “la última frontera”.
El escritor español Javier Reverte repitió en julio de 2006 el viaje que realizaban los colonos. A su regreso, escribió en su libro “El Río de la Luz: un viaje por Alaska y Canadá” una maravillosa diacronía en la que relata simultaneamente los viajes de los colonos a finales del s XIX y su propio viaje. Mientras navega por el paso interior de la costa canadiense, recuerda cómo los barcos se dirigían a Alaska con una carga de viajeros que triplicaba el número permitido. Los frecuentes naufragios de aquellos barcos poco o nada preparados no detenían a los colonos que iban en busca del metal dorado.
El 16 de agosto de 1896, George Carmack y su cuñado inuit Skookum Jim, habían descubierto oro en el río Klondike, afluente del Yukón y límite entre Canadá y Alaska. Fue este descubrimiento el que desató la fiebre del oro del Klondike. El oro era especialmente abundante en un pequeño arroyo, que se denominó desde entonces el Bonanza Creek.
A lo largo del camino, surgían poblados como Skagway o Dyea para dar hospedaje a los colonos. Hoteles, tabernas, bancos, oficinas de correos, prostíbulos,… aparecían de la noche a la mañana. Apenas llegaba el imperio de la ley a la última frontera, lo que era aprovechado por mafias y bandas organizadas, como la comandada por “Soapy” Smith, protagonista de uno de los más famosos duelos de la época.
Pero sin duda, son las imagenes de las escaleras del Chilkoot Pass las más impresionantes de la época. El fotógrafo sueco Eric A. Hegg inmortalizó a la multitud humana de aventureros que trepaba en fila por las pendientes heladas. Su objetivo era cruzar en el puerto de montaña la frontera del Canadá y descender por las aguas del Yukón en improvisadas balsas los 700 km que los separaban de Dawson City, “El Dorado” del momento. Javier Reverte narra con detalle sus días de descenso en canoa por el Yukón y las acampadas en lugares donde lo habían hecho los colonos.
Las minas de oro de Alaska se siguen explotando en la actualidad, produciendo unas 800.000 onzas anuales. De hecho, un vistazo a Google Earth muestra la tierra removida a lo largo del arroyo, con medios mucho más poderosos que el bateo que realizaban los colonos en 1900.
La pluma de Javier Reverte es capaz de retrotraernos a aquella época, en la que cualquier aventurero confiado en sus fuerzas veía posible lanzarse a perseguir su fortuna. Muy diferente de la actualidad, donde la extracción de oro nos parece menos aventurada y más industrial. Sin embargo, sí disponemos de relatos, como el de “El Río de la Luz”, para que nos llegue al menos una parte de aquellos hechos y aquellas emociones.
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