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El futuro monetario de una Escocia independiente

(OroyFinanzas.com) – El 18 de septiembre tendrá lugar uno de los acontecimientos más importantes de la historia del Reino Unido [1]. Los escoceses deberán decidir, 307 años desde su creación, si poner fin a la unión fiscal, política y monetaria más longeva y exitosa de la historia moderna del mundo occidental. Las consecuencias serían múltiples. La inmediata, sin duda, sería de carácter monetario.

De tener lugar, según el derecho internacional, el remanente de lo que hoy llamamos el Reino Unido, sería considerado como el “Estado sucesor” del actual. Es decir, el marco legislativo e institucional británico vigente hoy, seguiría aplicando sin interrupción en la región no sujeta al referendum secesionista. En cambio, el trato de activos y pasivos del Reino Unido tras la independencia sería muy distinto. Ambas partes tendrían que negociar su reparto de forma equitativa. Esta matización es fundamental en el actual debate monetario británico.

Hasta hace poco, el Gobierno escocés era de la opinión de que tanto la libra esterlina como el Banco de Inglaterra mantendrían su estatus dentro de una Escocia-Estado. Sin duda, la libra y su larga historia son un buen acompañante para todo nuevo viaje por ofrecer una mayor credibilidad o, al menos, alguna. Además, para Edimburgo sería un gran alivio para sus débiles cuentas poder evitar los costes de redenominación y encarecimiento de las importaciones. Pero ni la libra como divisa ni el Banco de Inglaterra pueden en sí mismos ser considerados activos o pasivos. Si es cierto que las libras, como las reservas de oro y otros activos que conforman parte del balance del Banco de Inglaterra y que, en su debido momento, deberán ser parte de un reparto negociado entre ambas partes, el sistema monetario no es, de ningún modo un activo en si mismo. Se trata de un conjunto de instituciones y leyes aceptado que entra en directa contradicción con la idea de independencia. Por tanto, fuera de la definición de activo o pasivo, no hay principios ni normas internacionales por las que Gran Bretaña estuviese obligada a compartir su divisa con una Escocia independiente. Su independencia significaría abandonar inmediatamente la Unión Monetaria con el Reino Unido y con ello, la libra esterlina. El funcionamiento del Banco de Inglaterra, al igual que el del Parlamento de Westminster o del Gobierno de Downing Street, viene establecido por la legislación del Reino Unido, que heredaría no Escocia sino el resto del Reino actual.

Ante estas circunstancias, el gobierno escocés tiene dos alternativas subóptimas. Cualquiera de las dos opciones traería consigo la pérdida total o total del control sobre su política monetaria y con ello, de la capacidad de su adecuación a las circunstancias económicas:

Las cartas están echadas. En noviembre de 2013 el First Minister escocés amenazó que si no se cumplen sus exigencias en materia monetaria, es decir, que el Reino Unido firme una Unión Monetaria de la Libra Esterlina, renunciarán a asumir la parte de los pasivos del viejo Reino que les correspondería asumir, tal y como se ha dicho que correspondería por derecho internacional. Y es que tienen motivos para querer no asumirlos. De aplicarse un reparto por población, el Tesoro británico estima que Escocia como Estado nacería con una deuda del 84% sobre PIB y un déficit público en 2016 superior al 5%, lo que obligaría el nuevo Estado, en su primer año, a acudir a los mercados de bonos con una emisión más que indeseable. Se trataría de una oferta muy elevada, sin historial de emisiones, de baja o prácticamente nula liquidez, gran incertidumbre institucional, mayor volatilidad económica y fiscal y como poco, menor flexibilidad monetaria. Todo ello, presuponiendo una buena coyuntura y siempre que Escocia reconozca su parte proporcional de las deudas de Su Majestad, podría fácilmente elevar sus costes de financiación en 100 puntos básicos. De no hacerlo, imaginemos, sin libra esterlina y sin reconocimiento de sus deudas, sería difícil ver la elevada demanda que requeriría para emisiones de estas características. Más en tiempos de presumible menor, nula o decreciente expansión monetaria global, por allá entre 2016 y 2017.

A nivel económico, la independencia supondría poner barreras legales a todos los lazos existentes hoy dentro del Reino Unido que permiten compensar y aminorar los riesgos regionales inherentes. Quebraría un mercado único de infinitas interconexiones (¡que diría Adam Smith!), por no nombrar la reducción a golpe de decreto del nivel de competencia interna.

Una Escocia reducida al tamaño económico de Irlanda, cargaría con un sistema financiero diez veces superior a su Producto Interior Bruto y en parte parte nacionalizado. Sufriría inmediatamente un empeoramiento de sus relaciones comerciales con el Reino Unido y es más que improbable que pudiese mantener sus volúmenes de exportaciones con el resto de sus socios comerciales, muchos de ellos miembros de la Unión Europea de la que ya no formaría parte. Su elevada dependencia al gas y petróleo del Mar del Norte más que ayudar en este caso, aumentarían su vulnerabilidad y harían su economía y su fiscalidad aún más volátiles de lo que ya de por sí acostumbran a ser las de los países pequeños. Según indica el Tesoro británico, sus recursos naturales proveyeron a Escocia del 21% de sus ingresos públicos en 2007 pero no mucho más del 10% 3 años más tarde en 2011. Cada una de estas características podrían llegar a hacerse llevaderas solas, juntas, sin embargo, son la receta perfecta para el desastre: política fiscal más que limitada, instituciones sin reconocimiento internacional, un sistema financiero débil de tamaño comparable al de Islandia en 2007, todo ello en un contexto de salidas de capitales y de dificultades comerciales.

En este contexto,  establecer una Unión (únicamente) Monetaria sería como no haber aprendido nada de la crisis de la Zona Euro. Recientemente el Gobernador Carney señalaba la importancia para el éxito de una Unión Monetaria de una integración institucional, financiera (bancaria) y sobre todo fiscal, de la que la unión monetaria británico-escocesa no dispondría. Significaría romper voluntariamente la Unión Fiscal, Política, Económica, Financiera y Bancaria y dejar solo la Unión Monetaria. Debido a su baja credibilidad, fiscal, política, económica…esta unión duraría muy poco. Del lado escocés nos encontraríamos a un Estado con las especificidades económico-financieras señaladas en los párrafos anteriores, con una política monetaria menos adecuada a sus nuevas singularidades de las que sería mucho más dependiente, sin la posibilidad de aliviar los shocks recurriendo a las transferencias fiscales existentes hoy entre Escocia y el resto del Reino ni tampoco a su propia política fiscal, doblemente limitada, por sus difíciles circunstancias financieras y por límites impuestos por las exigencias de la Unión Monetaria.

Una Unión Monetaria existe mientras se confíe en su infinitud. Si la receta para que aumentar su esperanza de vida es la que está aplicando la Zona Euro y la que defiende el Gobernador Carney, otro aspecto a considerar serían los incentivos de ambas partes para avanzar de nuevo hacia la reconstrucción del Reino Unido desde las bases tras la independencia y el establecimiento de la Unión Monetaria de la Libra Esterlina. Escocia, en estado de urgencia, partiría con un poder de negociación mínimo o nulo que retrasarían al máximo el inicio de las negociaciones. Por el lado británico, en cambio, todo avance hacia una Unión Fiscal o Financiera supondría unos importantes costes para los contribuyentes británicos derivados de la asimetría de los tamaños de las economías. La exposición al riesgo fiscal y financiero de un Estado independiente escocés correrían principalmente a cargo de ellos. Habría por tanto que plantearse qué apoyos tendría el Gobierno del nuevo Reino Unido en entrar en una Unión Monetaria abocada al fracaso y que en el mejor de los casos supondría importantes gastos para su menor número de contribuyentes. ¿Les suena el debate?

Las últimas encuestas le conceden al “no” un  52% frente a un 33% favorable a la independencia. Cada día que nos acerquemos al día “I”, el debate se hará más sonoro, que no necesariamente más serio, con el objetivo de cambiar el voto de los convencidos y el de los todavía hoy indiferentes. La proximidad a las elecciones generales del Reino Unido no ayudará. Antes de cerrar este artículo, ligando con otras fechas, me planteo las siguientes preguntas: ¿cambiarían los incentivos del nuevo Reino Unido de abandonar este la Unión Europea en 2017? Son muchos ” y si”s, habría que asumir una independencia, una nueva unión monetaria y la ruptura del resto del Reino con la UE, pero ¿estaría en dicha situación más motivado a ceder soberanía el nuevo Reino Unido para restablecer todos los lazos cortados? ¿le seguiría interesando a Escocia? Y saltando de tema a uno no tan lejano, ¿sería aplicable alguna consideración de las aquí expuestas al debate hispano-catalán? Y por último, lanzó la última pregunta, ¿a quién le mejoraría el bienestar tras estas decisiones?

Por WOJCIECH GOLECKI, economista especializado en regulación monetaria y financiera. Co-autor del blog Easing Economics. Pueden contactar a través de su cuenta de Twitter @WojciechGolecki [2].

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