(OroyFinanzas.com) – Como hemos escrito en otras ocasiones, en España el Estado tiene unas deudas cercanas al billón de euros [1]: un millón de millones. Y según nos cuentan los medios de comunicación, ese endeudamiento público crece unos 70.000 millones al año [2], o lo que es lo mismo, unos 200 millones al día. Este dinero se dedica a completar las principales partidas del presupuesto: pensiones, sanidad, educación y nóminas de funcionarios. En toda Europa están surgiendo movimientos políticos y sociales que abogan por repudiar el pago de la deuda, recibiendo no poco apoyo popular.
Curiosamente, los medios de comunicación no explican con demasiado detalle quién es el tenedor de la deuda, ese prestamista misterioso que nos transfiere 200 millones más cada día…
Los prestamistas de España
¿A quién debemos todo ese dinero? Frecuentemente se piensa que ese dinero lo prestan unos orondos capitalistas de Wall Street, vestidos con titantes y chistera, con unos enormes puros habanos en la boca. O elegantes banqueros alemanes, dueños de enormes cajas de caudales en Frankfurt… Sin embargo, sorprenderá saber que la mayor parte de la deuda (los 2/3) está en manos de los propios españoles. El restante 1/3 está en manos de inversores extranjeros (fundamentalmente fondos de inversión, ahorradores y pensionistas de otros países). Como se respondía el imprescindible Marc Garrisagait [3] en su blog: “¿Quiénes son los mercados?: Los ahorros de tu madre”.
Efectivamente, la mayor parte de los tenedores de la deuda son ahorros depositados en los bancos y fondos de pensiones, incluida la caja de reserva de pensiones públicas de la seguridad social. Estos datos se pueden ver desglosados en la sección 4 del trabajo de Javier Sevillano [4].
¿Qué pasaría si a estos prestamistas no les devolvemos lo que nos han prestado?
El impago de la deuda.
El ingeniero Diego Lorenzana [5] explica brillantemente en su página web las consecuencias técnicas del impago de la deuda pública. En primer lugar, el impago afectaría a deudas entre nacionales, en especial a planes de pensiones y ahorros bancarios invertidos en deuda pública. Por tanto, cuando se habla de no pagar la deuda, no es “deuda externa”, sino que puede que se refiera fundamentalmente al dinero que pueda tener usted ahorrado en su país.
La consecuencia de declarar que no se van a pagar las deudas sería el cierre instantáneo del grifo de financiación (¿prestaría usted un céntimo a quien afirma que no paga sus deudas?). De forma inmediata, los 200 millones diarios de financiación que recibe el sector público dejarían de acudir a las arcas públicas: se producirían unos recortes sociales de 200 millones al día, paradójicamente para una ciudadanía que no admite unos recortes mucho menores [6]. Nadie parece reparar en ello.
El impago de la deuda, al margen de los desórdenes sociales y violencias que posiblemente se producirían, sería la manera más fácil de ajustar el presupuesto: desde el mismo anuncio sería imposible gastar más de lo que se recauda. Y es que una quiebra es algo traumático, pero a menudo es la única salida [7] que da la economía cuando se intentan retorcer las matemáticas. Y las matemáticas se cumplen en la esfera familiar, empresarial o nacional. Cuando vengan los alienígenas de Krugman [8], diremos que también se cumplen en la esfera terrícola…
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