El bloque político y económico de Rusia con Europa y su vuelco a China (1)

(OroyFinanzas.com) – La ruptura entre Rusia y Occidente derivada de la crisis de Ucrania en 2014 y la presión política y económica de los Estados Unidos y sus aliados ha generado amplias implicaciones geopolíticas, siendo la más notable el acercamiento ruso a China. En esta serie de tres artículos analizaremos las consecuencias geopolíticas del acercamiento entre Rusia y China, las motivaciones de ambos países y el escenario internacional que esta nueva alianza puede forjar en el futuro.

La crisis de Ucrania ha desplazado el eje geopolítico de Eurasia. Así Rusia, que durante el cuarto de siglo anterior había tratado de acercarse al Oeste e integrarse como país de pleno derecho dentro de Europa, ha vuelto a sus orígenes como potencia euroasiática en la frontera del Este con el Oeste. Pero esta vez, mirando a China.

Este acercamiento entre rusos y chinos es percibido por los occidentales con más curiosidad que preocupación y no pocos abogan por que Rusia se arrepentirá y volverá a sus raíces europeas más pronto que tarde. La actual situación económica y financiera de Rusia son argumentos recurrentes que enmascaran la importancia del viraje ruso. Es verdad que las sanciones occidentales están reduciendo el acceso de las compañías rusas a tecnología, inversión y crédito occidental y que la desastrosa caída en el precio del petróleo se ha hecho patente en la economía y moneda rusa pero estas circunstancias no pueden hacernos perder la perspectiva de lo que está ocurriendo y las implicaciones geopolíticas que se derivan.

La confrontación entre Rusia y los Estados Unidos y la posterior ruptura con Europa han colocado las relaciones entre China y Rusia un contexto estratégico totalmente diferente. En los próximos años, estas relaciones serán propensas a ir estrechándose, tendiendo hacia una cuasi-alianza y cuasi-integración, con Pekín como el más poderoso miembro de la relación. Esta evolución, a su vez, dará lugar a una Eurasia más estrechamente relacionada entre sí que en cualquier momento en la historia moderna -con la excepción de la breve alianza chino-soviética en la década de 1950-. Gran parte de Asia continental evolucionará hacía una especie de proceso de integración económica y alineamiento político, y se convertirá en la contraparte a la Unión Europea (UE), con un espacio económico que irá desde San Petersburgo a Shanghai.

La crisis de Ucrania no ha hecho más que acelerar una política puesta en marcha por el presidente ruso, Vladimir Putin. En su discurso anual ante el Parlamento ruso en 2013 anunció que el este de Siberia y el Lejano Oriente serían consideradas como áreas de desarrollo estratégico para el vigente siglo. Estas regiones están poco pobladas y económicamente deprimidas, a pesar de los ricos recursos naturales que atesoran.

Esta declaración de intenciones era coherente con la política exterior rusa, que tradicionalmente ha buscado el equilibrio de las relaciones con todos los actores clave del mundo, empezando por los Estados Unidos, China y Europa. Así que el acercamiento anunciado a la región de Asia y el Pacífico estaban encaminadas a sumar y no restar, la dimensión euroatlántica de la política exterior de Rusia. Y, de hecho, los esfuerzos realizados hasta entonces, para encontrar ese equilibrio en las relaciones, con potencias como China, India y Japón, tuvieron un éxito notable.

Relaciones Rusia-UE antes de la crisis de Ucrania

En 2013, la UE representaba alrededor del 50% del comercio exterior de Rusia -unos 326.000 millones de euros-. El 30% de las necesidades energéticas europeas eran satisfechas desde Rusia. Alemania mantenía unas prósperas relaciones económicas con Rusia, con unas 6.000 empresas operando en el país. De no haberse roto las relaciones y de haber persistido el vínculo económico y político entre Rusia y Alemania -y por extensión al resto de la Unión Europea-, se podría haber formado un eje que Putin denominó como la “Gran Europa”, un espacio económico, cultural y de seguridad que abarcara desde Lisboa hasta Vladivostok. En este escenario imaginario, los recursos naturales rusos habrían sido destinados a las industrias y tecnologías europeas, además de proporcionar un canal geopolítico y estratégico en Asia y el Pacífico para sus socios europeos. Sin embargo, esta idea despertó más interés en ámbitos empresariales alemanes que en los círculos políticos europeos y medios de comunicación, imbuidos en un total escepticismo. Y por si fuera poco, los Estados Unidos que históricamente no han visto con buenos ojos cualquier acercamiento entre Berlín y Moscú también se posicionaron en contra.

Rusia y la UE rompen sus relaciones por Ucrania

Con el derribo del avión de Malaysia Airlines en julio de 2014, se rompió definitivamente las relaciones ruso alemanas. Alemania pasó de ser un sumiso seguidor de los EE.UU, en sus denuncias contra Rusia, a convertirse en un crítico persistente e implacable de los comportamientos rusos, hasta el punto de ser señalado por algunos como un mero protectorado de EE.UU. constituido por acuerdos secretos de la pos-guerra.

Desde 1989, cuando el líder soviético Mijaíl Gorbachov propuso la idea de una “casa común europea”, permitiendo la reunificación de Alemania, Rusia se estaba moviendo hacia una forma de asociación libre con Europa occidental, vía Alemania pero 2014 terminó ese movimiento de forma abrupta.

Y en este contexto de crisis ucraniana es cuando entra en el escenario y se hace patente la nueva relación entre rusos y chinos. El gobierno del presidente estadounidense, Barack Obama originalmente esperaba que China condenaría la anexión rusa de Crimea y su interferencia en el este de Ucrania. Washington esgrimía como argumentos el apoyo a los principios de la integridad territorial de los Estados y la no injerencia en sus asuntos internos, para convencer a la opinión pública mundial. Sin embargo, Pekín se alineó con la política rusa en Crimea y se negó a condenar públicamente las acciones acometidas por Rusia en beneficio de sus intereses nacionales. En el voto de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), en marzo de 2014, los chinos no secundaron ninguna condena a Moscú. Para entonces, el enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia pivotaban las relaciones internacionales y había que adoptar una decisión importante y cuidadosamente pensada. Y Pekín se alineó con Moscú.

Las buenas relaciones personales de los presidentes Xi Jinping y Vladimir Putin

También hay que destacar una circunstancia importante en este sentido. Existe una clara afinidad personal entre los presidentes Xi Jinping y Vladimir Putin. Un hecho que no tuvo lugar con los antecesores del chino en el cargo, Jiang Zemin y Hu Jintao. Y por primera vez desde el ex presidente Deng Xiaoping, China tiene un nuevo líder supremo que puede actuar más como presidente de un Estado soberano que como presidente de la comisión del partido. Además, el regreso de Vladimir Putin al Kremlin en 2012 –tras el interludio de 4 años de Medvedev- y la consolidación de Xi Jinping añaden nuevos elementos estructurales y de confianza personal en las sinergias entre China y Rusia, fortaleciéndose. Ambos mandatarios esperan mantenerse en el poder hasta la década de 2020, dando así a la relación establecida una “estabilidad en los mandos”, como diría un diplomático.

Rusos y chinos esperan que Estados Unidos siga siendo la nación más poderosa del mundo durante varias décadas más pero también ven que su dominio sobre el resto del mundo pierde fuerza rápidamente. Tanto Moscú como Pekín observan que el mundo pasa, por un cambio de época, -alejándose la dominación de Estados Unidos- y se encamina hacia un orden global más libre que, de materializarse, otorgaría un mayor protagonismo a ambos países. Y este cambio se acelera. Según un pensador ruso especialista en política exterior “los últimos doce años, desde la toma de Bagdad por los EE.UU. en 2003, han sido testigos del debilitamiento más rápido de la potencia hegemónica en toda la historia”.

Además, ambas naciones comparten cada vez más los elementos de una visión del mundo común. A la importancia de mantener unos estados fuertes, que gocen de plena libertad de acción a nivel internacional, también consideran primordial la supervivencia de los regímenes políticos existentes en ambos países. Tanto el Kremlin -como centro neurálgico del poder en Rusia-, y Zhongnanhai -sede oficial del gobierno y del partido comunista chino- ven en las sistemáticas campañas occidentales en favor de la democratización y los derechos humanos –dentro de sus fronteras-, como instrumentos de política exterior de los Estados Unidos encaminadas a desestabilizarles. Los líderes rusos y chinos comparten críticas a los gobiernos occidentales y denuncian lo que consideran una cobertura mediática occidental sesgada. También denuncian la financiación extranjera de organizaciones no gubernamentales y el uso de técnicas de movilización en redes sociales para fomentar la inestabilidad. En 2011-2012, Vladimir Putin, culpó a las asociaciones cívicas, patrocinadas por EE.UU., de las protestas callejeras experimentadas en Moscú. En 2014, Pekín vio una mano extranjera detrás del movimiento de protesta en Hong Kong.

Las debilidades de la relación ruso-china

Si los intereses rusos y chinos tienen muchos puntos en común, también habría que señalar las posibles causas que podrían afectar negativamente esta incipiente relación. Y el mantenimiento de la relación de igualdad es esencial en la relación entre los socios… pero no será fácil. Algunos comentaristas chinos ya se refieren a Moscú como socio menor de Pekín y recuerdan que la propia Rusia era parte del imperio mongol en el periodo historico que abarca desde el siglo XIII al siglo XV. Y académicos chinos influyentes hablan de una nueva bipolaridad mundial que se construirá alrededor de las dos superpotencias del siglo XXI, los Estados Unidos y China.

Rusia, por su parte, no contempla la posibilidad de convertirse en un socio menor de cualquier estado, y eso incluye a China. Con Putin al frente, Rusia insiste en que no acepta órdenes de nadie y que es un estado soberano. Y un país que mantiene el pulso a los Estados Unidos, en un intento de hacer valer sus intereses, puede hacerlo de nuevo en el futuro frente a otra superpotencia. Para Moscú, Pekín representa igualdad, consultas, y confianza, sin jerarquía en la relación. Y mantener este status quo debería continuar en el futuro por mucha diferencia que existiera entre ambos países. Y así parece entenderlo actualmente, Xi Jinping. En el pasado reciente, la desafortunada experiencia entre el del líder soviético Nikita Khrushchev con el entonces presidente Mao Zedong, en la década de 1950, desembocaron en una ruptura de relaciones. Entonces, a pesar de la debilidad china y su enorme dependencia de la Unión Soviética, la China de Mao insistió en ser tratada de igual a igual por Moscú. El rechazo de los soviéticos llevó a la ruptura de las relaciones chino-soviética y al inicio de décadas de amarga enemistad.

Otro potencial riesgo de confrontación estaría en las cuestiones fronterizas entre ambos países. El acuerdo alcanzado, durante el segundo mandato presidencial de Putin, tiene que seguir siendo sacrosanto. Y no parece que puedan surgir problemas. El sentimiento chino de que las fronteras fijadas en la actualidad –asentadas entre 1858 y 1860- no son justas, se ahoga ante el pragmatismo que refleja la frase acuñada al respecto, “los chinos no son tan estúpidos como para exigir esos territorios”.

Los países occidentales no creen mucho en esta nueva relación y no auguran un futuro estable. Sin embargo, no deberían mostrarse tan escépticos. En los próximos artículos analizaremos las motivaciones de rusos y chinos para este acercamiento y las consecuencias geopolíticas derivadas.

El entente ruso-chino: ¿una relación en igualdad de condiciones? (2)

Implicaciones geopolíticas de la relación entre China y Rusia para el mundo (3)

Fuente: Carnegie

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