Si hemos de seguir operando en un mercado monetario dominado por el Estado a través de su banco central nacional (porque hay otras alternativas), al menos que las autoridades monetarias no jueguen a ser pequeños dioses y no traten de manejar la economía.
El pasado mes de julio el prestigioso semanario The Economist abrió a toda página con la imagen de un toro ensangrentado, marcado por la divisa del euro y prácticamente abatido. Por si no fuera evidente la metáfora con España, encabezaba el diario un “Spain” del que intencionadamente se había desprendido su “S” inicial.
Sorprendentemente, aún son muchos los que creen que el banco central crea dinero dándole a la “máquina de imprimir billetes”, pero eso ya no es necesario en las economías actuales, ya que si el banco central quiere “inyectar” dinero en la economía lo hace mediante subastas ordinarias de liquidez; que tienen lugar regularmente, una o varias veces todos los meses.
Cuando la gente estima que las monedas nacionales se van a depreciar, como resultado de lo que consideran políticas monetarias y fiscales demasiado expansivas, insostenibles a medio y largo plazo, aumenta la demanda de oro y se dispara su precio.
Influidos o no por el congresista americano Ron Paul, conocido crítico de la Reserva Federal y el sistema de emisión puramente fiduciario, la convención nacional del Partido Republicano convocó la pasada semana una comisión para el estudio de una vuelta al patrón oro en EEUU.
Hace unos días el Sr. Draghi, Presidente del BCE, indicaba que los salarios deben bajar en España si queremos salir de la recesión actual, pero únicamente con ello no saldremos del callejón sin salida en que estamos metidos.
Sin la ayuda del resto de bancos europeos y de la función de avalista de última instancia que nos proporciona el BCE, la economía española ya hacía varios años que estaría “fuera de juego”, sin crédito y sin capacidad para pagar sus deudas, públicas o privadas.
Disculpe Sr. Draghi, pero el tiempo en que nos creíamos que el BCE podía ser un banco central diferente, plenamente comprometido con la creación de una moneda fuerte, como si hubiera adoptado el patrón oro como ejemplo, ha pasado.
Según nos enseña la teoría económica convencional, tenemos dos salidas ante nosotros, o profundizar en la integración fiscal en la Eurozona o la más drástica, pasaría por salir de la Eurozona, devaluar la nueva peseta y negociar la deuda con los acreedores internacionales.
De lo que nos estamos dando cuenta ahora es de la otra cara de la moneda de la unificación monetaria.
Ya fuera por desconocimiento, o por un comportamiento político muy miope, nos dejamos engatusar por las evidentes bondades que resultarían del ingreso en la moneda única.
La semana pasada tuvo lugar la presentación del último libro del profesor Paul Krugman en Madrid, en la Fundación Rafael del Pino, que ha tenido un eco realmente extraordinario, dada la notoriedad del ponente y la relación de los temas tratados con situación crítica por la que pasa la economía europea y, muy singularmente, la española.
Es la desconfianza en la gestión política del dólar lo que le hace perder su posición, antes indiscutida, como moneda de reserva internacional, provoca su depreciación y dispara el precio del oro.
Una de las pocas leyes de la Economía reza que la inflación es un reflejo del crecimiento excesivo de la cantidad de dinero. Sabemos que si crece la liquidez por encima de la producción real de bienes y servicios habrá inflación a medio plazo. Eso va a ocurrir presumiblemente, aunque no conozcamos con precisión cuándo ni su correspondencia exacta.
